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El águila bicéfala, el arcano imperial y la Tercera Roma. di Germán Spano.

“La santa Iglesia apostólica, la de la Tercera Roma, la de tu reino, irradia bajo los cielos más ampliamente que el Sol. Y que tu potencia lo sepa, ¡oh! Zar bendito, que todos los reinos de fe cristiana se han fundido en el tuyo; que tu eres bajo los cielos el solo Zar cristiano. Mira, escucha, ¡oh! Zar bendito, esa cosa, que todos los reinos cristianos se han fundido en tu reino único; que dos Romas han caído; que la tercera existe, y que no habrá una cuarta. Tu reino cristiano no pasará a otro”. Carta del monje Filoteo a Basilio lll de Moscú.

Occidente, monstruo enfermo que goza de buena salud, merece morir. Desencantado y cínico, esta parte del mundo nos encuentra errantes y sin justificación. A fin de cuentas, ¿quienes somos nosotros para dar lecciones de moral y buenas costumbres? Autoproclamados como el “Imperio del Bien”, nuestra bondad bien merece un bostezo cuando no un vómito

Desprovistos de dioses y destino, ya no hay misión que nos conmueva. Ninguna conquista podrá ya saciar nuestras naderías, y ello porque carecemos de absoluto. Difícil tarea le toca al Occidente atlantófilo, al querer jugar al imperialismo careciendo de horizontes metafísicos contra zares de fuste.

Desvitalizado y en plena fase nihilista ¿qué resistencia podrá desplegar Occidente a la muda voracidad del Imperio ruso? ¿no será que a las puertas de Moscú sucumbirán las fuerzas del “bien” para retroceder y caer en sus propias capitales? Por otra parte, ¿acaso, de alguna manera, ya no fuimos testigos de ello? En cualquier caso, está claro que este no es tiempo de utopías. De uno y otro bando ya estamos demasiado avispados. La decepción hizo lo suyo y la apocalíptica parece ser que llegó para quedarse por un buen tiempo. Y si de apocalípsis se trata… los rusos tienen las mejores notas. Además aquí ya ni el Papa resiste en la Cruz.

Cansado de lo transitorio, el apetito ruso por lo absoluto engendra en su espíritu la necesidad de revancha. La Santa Rusia, mesiánica por convicción profética, asume su misión en la historia y le declara la guerra a los herejes. Imperio escatológico al fin, Rusia no duda en incendiarse en un rapto de afirmación y autoaniquilación. Fiel sin más, Rusia esta sujeta a los designios katechonticos que le impone la presencia del Príncipe Vladimir, su heráldica, su bautismo y su cristocentrismo. La caída de Bizancio y el ridículo que exhibe la Ciudad Eterna no parecen más que confirmar la profecía del monje Filoteo, que hace de Rusia la Tercera Roma.

Sobre los restos de un Leviatán convenientemente perfeccionado y neutralizado, ajeno a cualquier superstición que no sea la legalidad y su máscara de legitimidad, así como el bienestar y la felicidad obligatorias, emerge la necesidad de un nuevo nomos que actualice las viejas rivalidades políticas. ¿O es que acaso debemos ser ingenuos e ignorar el conflicto Oriente-Occidente, o la rivalidad existencial entre las potencias telurocráticas y talasocráticas? ¿Leviatán y Behemoth son cosa del pasado?

No hay duda que asistimos a tensiones geopolíticas que advieten una reconfiguración del espacio político. No sabemos aún si del conflicto en ciernes resultará una alteración nomocrática y la fundación de un orden concreto. Las viejas leyes del realismo político y de la geopolítica, con sus repertorios de nociones y conceptos, así como de recursos y técnicas, buscan validar lo que en principio la historia y la metapolítica ya anticipan. ¿Cómo desconocer que Vladimir, Príncipe de Nóvgorod, fue bautizado en Crimea, sobre la costa del Mar Negro?

¿Y que fue Vladimir quién evangelizó a los eslavos orientales llevando a cabo la osadía de bautizar en masa a los habitantes de Kiev en las aguas del río Dniéper? ¿O que la primera Rusia fue la Rus de Kiev y que fue Vladimir su primer soberano ortodoxo? ¿Acaso Vladimir es indiferente a la historia y a sus recientes eventos, o el peso histórico y estratégico clama por su soberana protección? ¿Y no fue Marechal quién dijo que al recibir un nombre se recibe un destino?

El águila bicéfala, que en amenazante actitud mira a Oriente y a Occidente, sostiene entre sus garras al orbe y un cetro, simbolizando así la unidad existente entre el poder sobrenatural de la ortodoxia cristiana y la autoridad política del Zar. Si bien la secularización hizo lo suyo, y en apariencia ya no hay autócratas en Rusia, ¿cómo no ver teología política en la restauración de dicha heráldica? Rusia, a diferencia de la estatalidad occidental, no conoció la guerra civil religiosa; Rusia, por tanto, no conoce otra realidad que la del Imperio. La unidad entre la auctoritas y la potestas no hace más que reforzar su mesianismo.

El katéchon ruso será un castigo al fanatismo por lo inútil que predica este cínico, cruel, desmitologizado y patético Occidente materialista y posthumanizado. Lanzada por el odio, paradójica forma de amor, la Santa Rusia intentará purificarlo todo. ¿Y acaso no tienen razón?
¿No debemos ser purificados? Estos bárbaros del siglo XXI merecen su oportunidad y bien ganada la tienen.

Mientras tanto, de este lado del Mundo, los herejes de Occidente intentamos descifrar el misterio del arcano imperial ruso. Volviéndonos sobre la historia, encontramos cinco Rusias que, según dicen los libros, están caracterizadas por historias bien diferentes. La primera Rusia o Rus de Kiev; la segunda Rusia dominada por el Imperio Mongol; la tercera Rusia o Gran Principado de Moscú; la cuarta Rusia o Rusia Petersburguesa y, finalmente, la quinta Rusia o Rusia soviética. Todas éstas, colaboraron en la formación de un carácter y una conciencia nacional en razón de las experiencias límite a las que se sometió el pueblo ruso.
La evangelización, el dominio mongol, la incertidumbre acerca de la identidad nacional entre occidentalófilos y eslavófilos, así como dos guerras mundiales y una revolución bolchevique con su consecuente totalitarismo, entre tantas otras catástrofes nacionales, exige meditar sobre su desconcertante capacidad de existir y mantenerse Imperio. ¿Cómo lo logran? ¿Cuál es su secreto? En los confines del dolor el pueblo ruso halla un sentido a su existencia y destino. Es en los secretos del dolor donde el pueblo ruso atesora su fuerza, su arcano imperial. Su debilidad por la tragedia no tiene igual. El sufrimiento físico y moral, la postergación histórica y el silencio meditado son las claves de bóveda de su poder en ciernes que reclama ser liberado. El cáliz de la protección y la obediencia, es de donde emana la sujeción entre el Imperio ruso y su pueblo. Obediencia y protección formada y entrenada en el arte del dolor. Dolor sagrado, del que no puede sino más que proliferar el ya tan conocido y particular mesianismo y nihilismo ruso.

Finalmente, nosotros, fatigados para lo grande, sumidos en querellas de tipo crematístico, más entretenidos que animados, ocupados en la internacionalización del “bien”, en la “democratización” de todo cuanto ocupe la mente de algún moralista bien ilustrado, profanadores seriales de mundos desconocidos, nos dejaremos vencer facilmente ante la superioridad del “enemigo”, que engañándose también a sí mismo, por lo menos tendrá a su favor la necesidad de un verbo que ennoblezca su atormentado espíritu.

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